5 feb 2010

Adán Caballero, Capitulo 1 por J.J. Vieira

De cómo conocí a Adán Caballero

Fue a mediados del 2004 cuando me di cuenta que, irremediablemente, tendría que conseguir un empleo, pues la pensión de mi madre difícilmente podría costear mis estudios para convertirme en comunicadora.
Durante los siguientes meses estuve trabajando como empleada en un restaurant de comida rápida, como recepcionista en una agencia de viajes hasta que al fin toco a mi puerta la oportunidad de trabajar en un periódico, recibiendo anuncios clasificados.
Algo debía notarse en mi rostro pues una tarde de agosto de ese mismo año, uno de los más antiguos fotógrafos me dio el teléfono de un retirado colega, que cambiaria definitivamente mi vida y definiría lo que haría el resto ella.
Había llegado a Caracas siendo muy niña, de manos de mi viuda madre a buscar una oportunidad, ella conseguía un puesto público y, siendo solo dos, las necesidades no fueron especialmente acuciantes. Aun conservo de mi Maracaibo natal algo de la chispa Zuliana y un pequeño acento que el tiempo aun no ha borrado. Sin embargo también algo me quedo de mi niñez y es mi dificultad en crear lazos con la gente, razón por la cual nunca he tenido novio y que convertía mis fines de semana, hasta ese día de agosto, en meros maratones de cine antiguo y muchas chucherías en medio de la noche.
Aun así y esto debo decirlo con total honestidad, era imposible no querer a mi nuevo jefe. Luego de aventurarme con mi ya abollado R5 a través de la jungla capitalina desde Petare y hasta el centro, estacione mi armatoste en un edificio cercano al Panteón, y camine el trecho que me separaba del Ministerio de Educación, pues mi destino estaba en sus cercanías.
Recuerdo haber llegado a mediodía, y salían ya del liceo los estudiantes vestidos de azul y crema. Siempre odie el uniforme, el caso que justo al lado del liceo se encontraba el edificio donde habitaba mi nuevo jefe, pulse el intercomunicador y una voz ronca, pero agradable al tiempo me saludo con simpatía. Entre al edificio y subí hasta el tercer piso y tuve la primera visión del que sería mi inusual puesto de trabajo.
Adán Caballero estaba esperándome con la puerta abierta y exhibiendo una cordial sonrisa que invitaba, sin palabras, a entrar. Deje mi sobre un banco mi bolso y mi laptop que me aseguro sería necesaria, pues el no poseía ninguna y yo tenía ya la mía, luego me senté en un amplio mueble el cual me señalo para luego hacer lo mismo en uno pequeño frente a mí.
-Liliana Valero, ¿cierto?, disculpe si me equivoco, mi memoria no es lo que solía ser – me dijo en tono de disculpa
-Si, pero puede llamarme Lili, señor Caballero- respondí notando de inmediato lo idiota que sonaba la combinación de palabras
- Adán, si no le importa
- Bien señor Adán – un tanto mejor – Menciono que necesitaba una secretaria personal, pero dedo que no estamos en una oficina ¿Cuál es mi trabajo aquí?
Adán, en respuesta, se levantó de su asiento y camino a un aparador situado junto al balcón; acto seguido tomó una foto y me la mostró.
- Va directo al grano, eso me agrada, y le respondo en el mismo tono…
En la foto aparecía Adán abrazando a una señora de su misma edad, al menos en aquella época, pues el Adán de Carne y hueso frente a mi rondaría los setenta, mientras la foto parecía haberse tomado al menos una década antes. La señora era agradable a la vista, poseía una mirada dulce y llevaba su cabello castaño, ya pintando algunas canas, corto sobre los hombros. El Adán real no había cambiado mucho sin embargo, seguía siendo más bien robusto y su cabello seguía siendo de un impecable color blanco, también en la foto mostraba un bigote finamente cortado con tijera, pero, a diferencia de la foto este no parecía llevar bastón, como si lo hacia el Adán frente a mí, me pregunte si sería la edad o habría sufrido un accidente.
-Me caí de mi moto hace un par de años… tuve suerte de perder solo la movilidad en mi pierna.
Me sorprendí muchísimo pues no había dicho nada al respecto.
-¿Cómo…?
-Porque mi edad aun no hace estragos con mi visión… un movimiento rápido de sus ojos a mi pierna… además, y ante su primera interrogante, la foto tiene ocho años
-¿Pero…?
-Inclinó la foto con la esperanza de ver una fecha oculta por el marco.
-Vaya… ha leído usted a Conan Doyle.
- Solo un poco, pero para hacerme algo de justicia, solo hice porque varios me compararon con el buen Holmes… nada más lejos de la verdad… prefiero a Poirot.
-La mente antes que la sustancia
-Ni más ni menos
-Su esposa, debo imaginar- quise mostrar que yo también podía ser observadora, luego me di cuenta de lo obvio de la pregunta
-Era mi señora, si. Hace tres años murió de un ataque, siempre tuvo una salud muy frágil.
-Lo lamento
-Gracias… - quizá no fuese tan observadora como quería creer, pero la tristeza aún embargaba a aquél hombre
-En fin – dijo, como si se recompusiera de pronto- eso nos lleva a su labor aquí.
Me pidió que le siguiera y me llevo a una habitación más bien pequeña, atestada de libros, carpetas y muchísimas fotos, además había muchas cámaras algo obsoletas y algún material fotográfico, que había sido empacado pues este cuarto hacia unos años dejo ser un cuarto de revelado para convertirse en un estudio literario.
-Como sabrá trabaje como fotógrafo para varias publicaciones en mi carrera, especializándome en los sucesos, según uno de mis antiguos jefes podía yo dormir en la morgue sin mostrarme preocupado.
Me sentí algo impresionado, pues ante una invitación hojee algunos álbumes que guardaba en su biblioteca, las fotos hablaban por sí mismas ante la veracidad de sus palabras y lo acertado del comentario.
-Un periodista debe ser neutral, pero he de decirle que rara vez lo fui o lo soy aún hoy en día, y guardo muchos recuerdos sobre aquellos días, casos en los que me vi involucrado más de lo que cualquier reportero y aun mas un fotógrafo debería… ya me entenderá.
Adán tomó una de las carpetas y me la mostró.
-Lucia, mi esposa, me convenció tras mi retiro a tratar de reunir todas mis memorias, la verdad quería que me mantuviera activo pues me desespera el ocio. El caso es que ella escribía y yo dictaba. Debo decir que mis memorias son muchas y durante dos años apenas avanzamos lo superficial, pero me sentía vivo y a mi esposa le gustaba la tarea.
Adán se sentó en un viejo escritorio metálico de un horrible color gris, de nuevo se mostraba apesadumbrado.
-La salud de mi esposa se deterioro al poco y murió como ya le he dicho. Sin embargo he decidido continuar la tarea que nos impusimos, tanto por su recuerdo como por mi cordura. Y allí entra usted.
-Le aseguro señor Adán, no soy maestra del folletín.
-Lo será, créame, aquí – dijo golpeándose la sien con un dedo – hay aun mucho por arar.

Así, y en ese día, quede contratada como secretaria de Adán Caballero, y en su despacho hoy varias historias que hoy transcribo una vez más, algunas veces tal como las contó, en otras como las llegue a vivir, pues había mucho que Adán no me dijo ese día, pero aprendí por la malas.



Memorias de Adán: La muerte de Rogelio Acreonte

Adán Caballero contaba apenas treinta y tres años cuando vivió este caso muy de cerca, lo ubico de primero en estas crónicas simplemente porque fue el primero que vino a la mente de mi jefe cuando empezamos a escribir.
Antes de entrar en materia debo decir un par de cosas sobre Adán, en primer lugar, es tan caballero como su apellido lo insinúa, antes de llegar ya habría preparado café y luego de saber que me gustaban las palmeras, nunca faltaron en el escritorio.
Cuando narra sus memorias se emociona de tal modo que camina en la reducida habitación, aun con la cojera que le aqueja desde hace un par de años cuando abordo por última vez su vieja motocicleta. Tal es su entusiasmo que, con mucha vergüenza debo admitirlo, le tome por senil, sin embargo las pruebas que recolecte luego, las personas a las que conocí y me hablaron de él y lo que llegue incluso a vivir cerca de él me hicieron cambiar de idea.
La historia que me contó aquel día, y que hasta días más tarde tome como ficción –impresión que una visita a la hemeroteca del periódico- trataba sobre un asesinato ocurrido en Caracas en mil novecientos setenta y nueve.
Adán, aun soltero, condujo su motocicleta hasta el lugar de los hechos, allí se encontraba ya un conocido, el capitán Camacho, detective a cargo de la investigación.
- Camacho, ¿qué pasó aquí? – años de trabajar como reportero grafico le habían “insensibilizado” ante ciertos espectáculos, pero lo que capto la cámara fue tan horrible que aun yo, tras ver la foto aun conservada casi volqué el contenido de mi estomago
En medio de la habitación estaba el cuerpo sin vida de Rogelio Acreonte, un prestigioso banquero, ligado a ciertas esferas del poder público, su muerte resultaba desconcertante pues lo cierto es que siempre había mostrado un bajo perfil y nadie, que se supiera, se beneficiaria con su muerte, siendo además soltero desde siempre y ya un débil anciano.
- Parece que le dejo entrar, no hay marcas de que la puerta haya sido forzada, hemos ubicado a la servidumbre, cada uno posee una copia de la llave y aquí está la otra, así que solo uno de los tres empleados, chofer, cocinera y mucama pudieron haber entrado, pero este salvajismo es solo posible en un hombre…de paso aún no ubicamos al chofer.

- Un momento- le interrumpí, guarde el archivo en la computadora y le encaré - ¿Cómo que enfocara el cráneo?, ¿en qué tipo de periódico trabajaba?

- Déjame explicarte- me dijo sirviéndose algo de café, si le contrariaba la interrupción no mostró signo de ello – Resulta que la P.T.J. contrataba a varios civiles para ciertos trabajos, yo tenía desde hacía años ciertos contactos con la policía y llegue a un acuerdo, trabajaba gratis para ellos como fotógrafo criminalista y podía publicar las fotos menos escabrosas, en este caso solo pude presentar la del exterior de la casa y la de algunas manchas de sangre… esta última fue fácil de tomar, donde voltearas había sangre.

No me fue difícil creerle, las fotos que aún conservaba, pues siempre sacó dos copias a las que tomaba, una para él y una para la policía, mostraban el cadáver de un señor mas anciano que maduro, bastante frágil, cuyo cráneo resultaba irreconocible. Las manos mostraban ciertas yagas hechas con anterioridad, pues al parecer el anciano aun jugaba al golf. Al parecer alguien ya había volcado el estomago a unos pasos de la puerta, pero ningún policía que se precie reconocería tan humana reacción.
En la cocina no había nada interesante, pues había sido limpiada recientemente, sin embargo encontró lo que parecía un polvillo blanco cerca del fregadero, también lo fotografió.
- Bueno, ya tengo todo lo que necesitamos aquí – dio un par de golpecitos a la cámara… tomare el exterior, igual no podre mostrar más que eso, ¿no?
- Ya sabes cómo son los de arriba- respondió Camacho

Adán salió y tomó fotos de las huellas de la entrada; pero dado que había llovido el día anterior poco podía servirse de ellas.
Luego fue al garaje donde un LTD negro aguardaba aparcado en un amplio espacio sin señales de haber sido movido en días, tomó varias fotos de este y observó una plancha de metal en la pared de la que colgaban varias herramientas, noto que faltaba una grande, también fotografió el agujero que dejaba su falta.
En la noche, Adán visito la hemeroteca y buscó varios ejemplares de días anteriores, entre ellos estaba la noticia de una pequeña manifestación que algunos clientes insatisfechos realizaron frente a las puertas del banco, pues alegaban que algunas sumas no cuadraban con la realidad.
Luego busco todo lo que pudo sobre Acreonte, familia, ninguna, lugar de origen, Islas Canarias, pasa sus vacaciones solo o en compañía de algunos socios del banco en una villa privada que posee en las afueras de Miami.

Encontró pocas fotografías de Acreonte en vida, y solo en una de ellas aparecía el chofer.
- Fue entonces cuando todo atravesó mi cerebro, como un disparo – me dijo – varios años observando fotografías de criminales y gente buscada por la policía me había entrenado, la verdad, y no tarde en reconocer a este sujeto que aparecía abriendo la puerta del auto, lo que hice fue correr al teléfono y llamar a Camacho a las tres de la mañana… no hace falta que repita las hermosas flores que le lanzó a mi madre supongo.

Camacho y Adán llegaron a Maiquetía a las siete, con la sirena encendida, fue solo entrar al estacionamiento y escuchar el rugido del motor de un auto que atravesaba todo el espacio a contrasentido.
- “Yo que tú me pongo el cinturón”, eso me dijo Camacho… nunca lo odié tanto como ese día, embistió de frente al otro auto y así atrapo al asesino, que aunque con varias contusiones, seguía vivo.

Esa noche, Camacho y Adán estaban en un bar comentando el caso, el primero aún no se reponía por la sorpresa.
- Dime de nuevo, ¿Cómo supiste?
- La foto que encontré en la hemeroteca, allí pude ver al chofer, resulta que el tenían otro auto igual al primero, pero este LTD tenía un volante personalizado en madera, algo que no tenía el de la casa, muy bonito el volante, pero marcaba las manos del chofer en una curva igual a la que vimos en su cadáver, obviamente Acreonte se dio cuenta del parecido físico que existía entre él y su chofer y lo realizó sin mucha planeación.

- Pero eventualmente nos íbamos a dar cuenta de que seguía vivo.


- Si, algo que no serviría de nada cuando estuviera en Miami, lejos de cualquier acusación de asesinato, o de fraude cosa de la que escapaba en principio; el caso es que hizo entrar al chofer y le habrá invitado algo de tomar, le envenenó y luego desfiguro el rostro con la llave de cruz que faltaba en el garaje, que estaba en su poder en el otro carro… después de todo hubiesen tardado mucho en comparar huellas, pues nadie pensaría que este anciano no era el mismo Rogelio.

- Y ¿cómo supiste lo del veneno?, todos creímos que era somnífero.

- Pero fue obvio que el vomito cerca de él no era de tus policías, pues aunque la escena así lo ameritaba, lo cierto es que estaba demasiado cerca del cuerpo, y la reacción natural es voltear el rostro… por lo que el vomito no estaría en su dirección…

El artículo en el periódico que Adán me mostró relataba la magnífica labor policial, al haber resuelto un caso tan difícil en menos de un día… pero la única vez que el nombre de mi jefe aparecía, era justo bajo la foto de Camacho llevando al maltrecho anciano, por haberla tomado.
- Si te soy sincero… nunca me intereso la fama – me respondió a la pregunta que no llegue a formular

1 comentario:

lammermoor dijo...

Hola J.J. Leí este relato hace tiempo pero aún no había dejado el comentario.
Esta claro que es un homenaje a los clásicos- ¿Un guiño a Roger Ackroyd?. Espero que sigan los capítulos.

P.D: una pequeña observación.Cuando habla la secretaria de Adán Caballero,de vez en cuando te despistas y utilizas el masculino.